Una vez más, agosto se tiñe de tristeza, el dragón ganó la batalla y mi maestro Herminio Martínez regresó al viento de Machigua.
Qué difícil es saberse efímero, saberse frágil, mortal, qué difícil es despedirse de quienes han marcado tu vida. Maestro Herminio, gracias por tanta inspiración, por las palabras, por las anécdotas, por creer en quienes asistimos al taller "Diezmo de palabras".
Gracias por hacerme saber que la literatura da vida, y es así que usted seguirá vivo en sus letras, en cada metáfora, en cada palabra, incluso en este blog que lleva por nombre uno de sus versos.
Hace unos meses hice una reseña de la poesía de este gran escritor, la dejó aquí.
A los pies de Machigua
Herminio
Martínez nació el 13 de marzo de 1949, en la Cañada de Caracheo (Cortazar, Guanajuato),
a los pies de Machigua, nombre con que ha bautizado al Cerro de Culiacán.
Creció con la naturaleza, entre cantos de pájaros y árboles que lanzaron al
viento sus letras.
La cosecha de Herminio consiste en cuentos,
poesías, novelas, en las que siempre destaca el poder de la palabra, un
lenguaje lleno de metáforas e imágenes que provocan en el lector un sinfín de
emociones, Herminio es un hombre de campo, en sus poemas refleja la
tranquilidad que desde Machigua se respira. Su narrativa está llena de color:
“Azul como las ganas de hacer prosa, que fluya, que retumbe, que llovizne”.
En Animales
de amor, el hombre vuelve a su condición animal, se desliza en los campos y
los senderos son el cuerpo; cada uno de los poemas que conforman este poemario
posee la frescura de la naturaleza, el ritmo y el canto de las aves, la
sensualidad del azar y la casualidad cósmica a la que pertenecemos.
Somos seres efímeros, así se muestra en
“Testamento de cenizas”, este poema nos sacude el polvo para adentrarnos en la
realidad de lo que a veces olvidamos: morimos, morimos en cada respiración. La
vida transcurre con la condición del recuerdo, dónde se debe buscar después de
la muerte, peticiones que se deben cumplir:
Arroja mis cenizas a un arroyo
para seguir soñando al paso de las aguas
y ser yo mismo acequia
retorciéndose al ojo de los sauces.
Pero si muero en julio,
ah, entonces sí
que me bautice el viento,
que me envuelva la muerte
en sábanas de lluvia
y me ponga su máscara de niebla.
¿Y
qué nos deja la muerte después de tanta y tanta espera? Un dolor que se
incrementa con los días, pero también una esperanza de reencontrarnos, de
sabernos en el universo, pequeñas partículas que deambulan por los campos y
permanecen en el aroma de los trigales:
Yo quiero que
me grites en el pulmón del aire;
que preguntes
por mí a las aguas
que van por las
acequias
entre
carrizales y árboles sombríos.
No
morimos del todo, volvemos al origen, se parte de la tierra y a la tierra
regresamos, convertidos en polen, en la luz del relámpago, en el perfume de los
jazmines.
En “Presagio”, uno de los últimos poemas
escritos por Herminio, se habla del dolor, desde el dolor mismo, qué decir
cuando se sospecha que el aliento se agota, que las sonrisas ya no alcanzarán
la piel de aquellos a quienes se ama:
PRESAGIO
Me moriré en
silencio, como las hojas
en medio de
verano sin ventarrones;
se morirán
conmigo mis ilusiones
en el preciso
instante de las congojas.
Se romperá el
hilito que me sostiene
incorporado al
árbol de la existencia,
y en un
destello breve de trascendencia
saludaré a la
muerte porque ya viene.
Eso será una
tarde y en lejanía
muy distante de
aquellos que me han querido,
como soy
candidato para el olvido
una callada
muerte será la mía.
Y no tendrán
sollozos mis funerales
ni escucharé el
responso de los luceros;
sólo mis tenues
pasos por los senderos
y un apacible
viento por los trigales.
Morir
en silencio, en la tranquilidad del verano, sin más desvelo que la certeza de
saberse vivo, aun cuando la lógica nos diga lo contrario, “Presagio” es una
despedida, la melancolía se desprende en cada palabra, son las Moiras jugando
con el hilo de la vida, mientras el hombre sólo espera.
Debo confesar que las palabras se me agolpan en
la garganta, y en los dedos; que estas líneas no alcanzan a retratar a este
poeta del viento, de quien tanto he aprendido. Cómo explicar que gracias a él
aprendí que la lujuria puede ser azul, y agradecer el que haya llenado de
metáforas mis lecturas, el retornar la vista al pasado para entender que todo
el universo está en las raíces, en el aire, en aquel lugar en el que mis
abuelos también vivieron y es que: “Machigua es la nariz moquienta del nopal /
La trágica sonrisa del mezquite./ Enfermedad a la intemperie. / El ave que
renace en sus cenizas.”
Herminio Martínez es un hombre de temporal, a
quien la lluvia no detiene, ni mucho menos aquellos dragones que nos lanza la
vida, a los que tenemos que combatir, y él, hombre lleno de entereza ha sabido
hacerlo, a través de las letras.
Herminio Martínez. |
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