A falta de palabras propias recurro a las palabras olvidadas, a la poesía del otro, ese otro en el que me veo y descubro. Diciembre siempre ha sido un mes extraño, entre los días rojos y los de ausencia, entre las dudas y propósitos jamás cumplidos, entre las sonrisas que ya no existen y los abrazos que hicieron falta.
Entre tantas cosas sin sentido, me encuentro, revolviendo entre las sábanas los anhelos muertos.
EL POLVO DEL DESEO
Gonzalo Rojas
Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca
reseca, por el polvo del deseo:
Oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Allá abajo los barcos me esperan. Con su ruido
me estoy partiendo de todas las cosas,
de tu carácter y de tu belleza.
Me estoy partiendo de eso que eres tú
hoy que tu cuerpo sabe a quemadura
y se te escapa el fuego por la herida.
De eso me estoy partiendo, y empiezo a despegar
con la primera luz, cortando el agua inmóvil
que se parece al filo de tu piel, cuando sopla
sobre ella el viento de mi desesperación.
Hubo una vez un hombre. Hubo una vez
una mujer vestida con tu cuerpo desnudo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos
de una mujer sellada por mi propia locura,
que tenía tus mismos labios, tus mismos ojos.
Pero de esa mujer no quedas sino tú
sin labios y sin ojos.
Para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo
y que nunca podré compartir con tu encanto,
porque estaré partiendo cada día de ti,
más lejos y más hondo en tu hermosura.
Tú llorarás a mares
tres negros días, ya pulverizada
por mi recuerdo, por mis ojos fijos
que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba,
sin inmutarse, como dos espinas,
porque la espina es la flor de la nada;
y me estarás llorando sin saber por qué lloras,
sin saber quién se ha ido:
si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso.
Todo será de golpe
como tu llanto encima de mi cara vacía.
Correrás por las calles. Me mirarás sin verme
en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo.
Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo. Abrirás
la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa
tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.
Quiero que aquí te acabes
con tu cuerpo dotado de pelaje divino
que se te salga el cuerpo por la espina del llanto.
Tu cuerpo, que era como la flor del movimiento.
Que te mueras de mí. Quiero que aquí te acabes
sin darte mi semilla.
Entre tantas cosas sin sentido, me encuentro, revolviendo entre las sábanas los anhelos muertos.
EL POLVO DEL DESEO
Gonzalo Rojas
Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca
reseca, por el polvo del deseo:
Oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Allá abajo los barcos me esperan. Con su ruido
me estoy partiendo de todas las cosas,
de tu carácter y de tu belleza.
Me estoy partiendo de eso que eres tú
hoy que tu cuerpo sabe a quemadura
y se te escapa el fuego por la herida.
De eso me estoy partiendo, y empiezo a despegar
con la primera luz, cortando el agua inmóvil
que se parece al filo de tu piel, cuando sopla
sobre ella el viento de mi desesperación.
Hubo una vez un hombre. Hubo una vez
una mujer vestida con tu cuerpo desnudo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos
de una mujer sellada por mi propia locura,
que tenía tus mismos labios, tus mismos ojos.
Pero de esa mujer no quedas sino tú
sin labios y sin ojos.
Para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo
y que nunca podré compartir con tu encanto,
porque estaré partiendo cada día de ti,
más lejos y más hondo en tu hermosura.
Tú llorarás a mares
tres negros días, ya pulverizada
por mi recuerdo, por mis ojos fijos
que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba,
sin inmutarse, como dos espinas,
porque la espina es la flor de la nada;
y me estarás llorando sin saber por qué lloras,
sin saber quién se ha ido:
si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso.
Todo será de golpe
como tu llanto encima de mi cara vacía.
Correrás por las calles. Me mirarás sin verme
en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo.
Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo. Abrirás
la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa
tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.
Quiero que aquí te acabes
con tu cuerpo dotado de pelaje divino
que se te salga el cuerpo por la espina del llanto.
Tu cuerpo, que era como la flor del movimiento.
Que te mueras de mí. Quiero que aquí te acabes
sin darte mi semilla.
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