En mi reloj ya no son las 11:34, y desde ese día ha pasado no sé cuánto tiempo.
Estos últimos días transcurren con la calma del caracol, lentos, y hasta babosos, y yo sigo cayendo en la espiral, apropiándome de palabras y canciones ajenas.
Las diferentes ausencias marcan la piel, la cicatriz en mi frente sigue intacta, tú no, y duele, Duele que con el paso de las lunas el recuerdo disminuya, ¿y si termino por olvidar (los), y si con el año también se escapan sus labios. sus largos abrazos? No soy yo quien corre, no soy yo quien se aleja, aunque muchas veces quiero huir y esconderme en el caparazón de aquella tortuga que triplicaba mi edad.
Aquí, a veces, los fantasmas siguen haciendo ruido, los suyos y los míos, y la nostalgia llega, y el quizá desespera, y sus miedos se vuelven míos y las palabras se acumulan e intento adivinar cuándo se está listo... para lo que sea, para ver llover, para sonreír, para ser, para dejar los miedos y tanta estupidez acumulada con los días.
Y me enojo con los silencios, con lo que sucede alrededor, y no entiendo nada y aparece el temor, y estoy deseando con ahínco que este año termine, para ver si con él se va el dolor, la ansiedad, y estoy deseando que se despejen las dudas, y que sean las sonrisas las que decidan los días y que los abrazos sean interminables.
Y mientras pasa todo y pasa nada, el frío regresó a mis pies, y yo ando queriendo con querer.
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