Llueve, es 2 de octubre, el día que no se olvida, yo sé poco de todo y escribo de lo que sé, en este caso, de lo que siento.
Hoy escribo para recordar aquel día en que la ciudad se vistió de rojo, me duele la muerte de estudiantes, de profesores, de niños, de mujeres, de policías. No viví el 68, pero vivo y siento las muertes diarias, los asesinatos, los secuestros, los golpes, el silencio, los asaltos, el miedo. Me resulta imposible no estremecerme con la indiferencia de la que, estoy consciente, yo también formo parte.
Vivimos al margen de nosotros mismos, olvidamos, nos volvemos fríos y aceptamos la violencia como algo cotidiano, olvidamos las sonrisas, los abrazos.
Sería genial volvernos un poquito más humanos.
PARA NO OLVIDAR
Que no se olvide el olor de la sangre,
en las plazas, en las calles,
que no se olviden los asesinatos aislados,
que no se olvide el dolor y la ausencia,
las camas vacías, la ropa sucia teñida de sombras,
que el sonido del odio no alcance las risas,
que el recuerdo no se centre en las fechas.
La sangre no está sólo en los caídos,
está en la memoria colectiva,
en la mirada vacía de una madre que espera,
en el rojo de los días y el terrible miedo a sonreír.
en las manos del anciano que ha perdido su tierra,
en los estudiantes que han sido callados,
en la incertidumbre de saberse frágil,
en el temor a pensar, a sentir, a caminar.
Me duele este país de silencios,
de infinitos miedos.
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