Hace unos días vi unos videos de Guanajuato y, lectores (si es que los hay), se me erizó la piel.
Sí, se me llenaron de recuerdos los labios y de sal las mejillas, Guanajuato fue algo así como el primer amor, y me deslumbró.
Hace ya ocho años de aquel acontecimiento, llegar a la ciudad de cantera me llenó de emociones diferentes, la nostalgia por la casa paterna/materna (y eso que regresaba a Cortazar cada semana), el miedo de no saber a qué me enfrentaba, la alegría de reconocerse en el otro, ese otro que de alguna manera se sentía igual que tú.
Hermosa facultad de Filosofía y Letras (ahora dividida en Departamentos), cómo olvidarte, cómo olvidar el café de olla de don Migue, las pláticas en los pozos, las posadas en el patio de la facultad, el baile del torito, el agua de chía los Viernes de Dolores. Profesores que marcaron de una u otra manera a quien hoy escribe. A Valenciana le debo el inicio (ni bueno ni malo) en las Letras. Y en esto continúo, de terca.
A Guanajuato le debo amigos entrañables que me acompañaron en la travesía, llantos, borracheras, caídas en los callejones, sonrisas por todas partes.
Conocí a personas extraordinarias que formaron, y forman, parte de mis días. Aquella casa verde me llenó de alegrías, esas personitas que vivían conmigo se convirtieron en mi familia, teníamos nuestros lunes de baile, miércoles de "jotqueis" y toda una lista interminable de historias y carcajadas.
¿A quién le escribo esto hoy? A quien quiera leerlo, ja. A aquellos que estuvieron conmigo allá y acá, a quienes me abrazaron, me aguantaron, con quienes compartí sonrisas, alcoholes, bailes, instantes que no puedo enumerar porque nunca terminaría.
No puedo decir que Guanajuato me echó de sus calles, sólo que emprendí el vuelo a otro lugar, en el que también he aprendido y al que también quiero volver.
Mientras tanto, a cursilear. :)
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