En los ojos del abuelo se encontraba el mar, yo no sé si él lo sabía porque sus oídos, hacía tiempo, habían dejado de escuchar . Don Boni iba de rancho en rancho vendiendo medias, servilletas, peines y agujetas, cuando regresaba a casa sus nietos corríamos a su encuentro para ayudarle a cargar (arrastrar) las cajas de cartón a cambio de unos chicles. Es inevitable pensar en las canicas, en los yoyos, en cómo nos enseñó a bailar el trompo, en las historias que nos contó bajo el mezquite, en la ceja blanca y la ceja negra, la enorme sonrisa y aquel sombrero que conservo. El Güero fumaba sus Faros, aun cuando el humo ya había hecho estragos en la salud, se sentaba en la entrada de la casa y “escondía” el cigarro para que no sospecharan que seguía fumando, cosa curiosa, porque en su espalda una estela gris lo delataba. Abuelo, las cajas de cartón siguen arriba del ropero y tus nietos e hijos seguimos hurgando en ellas, pero ninguno desata los nudos porque nos da miedo