Nunca odie tanto tu rostro como ahora que las palabras han perdido voz y que del hilo pende un nuevo colibrí. Nunca como ahora, que las noches son un eterno remordimiento, que de los labios se escapa la sonrisa ajena y el temor al sonido conduce al insomnio, a las grietas del caparazón, eterno círculo de dolor. Nunca odie tanto tu rostro como ahora que descubro que también en invierno caen las hojas mientras la certeza naufraga en el pasado y en la hojarasca se pierde el murmullo de nuestros pasos, el estruendo que hace el cántaro al caer, las fotografías de las ruinas, del silencio, del adiós. Marchita en el azul quedó la historia de los caracoles, la eterna calma del que espera y desespera, nos volveremos vestigios de cielos violentos, y convertidos en cenizas volveremos a(l)mar.